En el año 2015, luego de salir de clase, un automóvil me atropelló. El choque fue tan fuerte que me elevé varios metros y me fracturé huesos como la tibia, el peroné, la escápula y la clavícula.
Fue una época difícil, pues una silla de ruedas acompañaba mis días y tuve que adaptarme a mi nuevo estilo de vida. ¿Qué siente un ser humano cuando su cuerpo echa raíces? ¿Cuándo el creador es obligado a ver siempre un techo sin color? ¿Cuándo su alma se quiebra y no logra reconstituirse?
Luego de un año, tres operaciones y más de 60 fisioterapias para volver a caminar me volví a sentir libre de nuevo. Sin embargo, algo en mí había cambiado, sentía que mis pensamientos volaban y que mantenía en estado de tensión. Acudí a terapia y me diagnosticaron estrés postraumático, que a la vez tuvo un efecto secundario llamado trastorno déficit de atención TDA.
Superado el estrés postraumático (ya no le tenía miedo a lo carros y a la calle) y mi vida comenzó nuevamente. Decidí ingresar a estudiar un posgrado en Artes, siempre fue mi sueño estudiar artes, sin embargó no me sentía igual que cuando estaba en la universidad, no lograba enfocarme y tuve malas calificaciones.
Cuando comencé la universidad llegué con la intención de realizar un proyecto de investigación relacionado con memoria y conflicto interno armando colombiano, pero ¿cómo puedo crear una obra de arte reivindicando la dignidad de otros si aún mi alma se encuentra aprisionada? ¿cómo puedo pretender ayudar a los demás si no me puedo ayudar a mí mismo?
Luego de realizar estas reflexiones llegué a la conclusión de que debo realizar un proceso de autosanación a través de la creación artística para ayudar a liberar mi alma que aún se siente inmóvil y atrapada en un mar de incertidumbre.